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Hermosa poesia, Oda al Vino

Vino color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado y suspendido,
amoroso, marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
A veces te nutres de recuerdos mortales,
en tu ola vamos de tumba en tumba,
picapedrero de sepulcro helado,
y lloramos lágrimas transitorias,
pero tu hermoso traje de primavera
es diferente,
el corazón sube a las ramas,
el viento mueve el día,
nada queda dentro de tu alma inmóvil.
El vino mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros, peñascos,
se cierran los abismos, nace el canto.
Oh tú, jarra de vino, en el desierto
con la sabrosa que amo,
dijo el viejo poeta.
Que el cántaro de vino
al beso del amor sume su beso.

Amor mio, de pronto tu cadera
es la curva colmada de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.

Pero no sólo amor,
beso quemante o corazón quemado
eres, vino de vida,
sino amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina, abundancia de flores.
Amo sobre una mesa,
cuando se habla, la luz de una botella
de inteligente vino.
Que lo beban,
que recuerden en cada gota de oro
o copa de topacio
o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño
hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio,
a recordar la tierra y sus deberes,
a propagar el cántico del fruto.

Hemoso poema a una Rosa!!

Pétalos fragantes adornan tu bello rostro,
y lágrimas en forma de rocío
humedecen tus suaves mejillas,
pues a veces te sientes triste,
solitaria y marchita,
olvidada quizá en muchos momentos
y hasta llegas a olvidar,
aquel maravilloso encanto que te distingue...
Eres como una rosa,
hermosa y muy dulce,
frágil mujer que embellece la vida;
no te sientas triste,
ni te sientas sola... Sé muy feliz,
pues naciste para serlo; nunca olvides esto,
bella y encantadora flor.

Hemosa mujer de encanto

Mujer de ensueño y de encanto, 
mujer sublime, enigmática y bella... 
¿Cómo hiciste para adentrarte en mi corazón de esta manera? 
¡¿Qué hiciste conmigo?! No hago más que pensar en ti... 
No puedo arrancarte de mi mente ni un sólo momento, 
y siento que soy presa de un hechizo, de un conjuro de amor... 
Nunca imaginé que el amor fuera así; 
a veces duele tanto y hasta desespera, 
y otras veces me colma el alma de vida y de ilusión... 
Y siento que puedo hacerlo todo; 
pues en mí late fuerte este amor tan intenso que me une a ti, 
amor sincero, amor eterno, amor del alma.

SOLO QUERÍA SABER DE TI

No, no, no tengas miedo no me quedaré. 
No quiero interrumpir tus sueños, mucho menos incomodarte.
Solo quería recordarte, como eras, si aun tienes alas gigantes.
Si aun tus ojos tienen miradas profundas. 
Si tus labios tienen miel. 
Si aun tus palabras son dulces.
Si tus brazos siguen siendo fuertes.
Si tus pasos siguen firmes.

No, no, no tengas miedo no me quedaré.
Yo sigo igual, como el día de ayer.
Con todos los vicios que me detectaste. 
Sigo rebelde, sigo sonriendo. 
Tu recuerdo aun me hace feliz. 
Sigo navegando.

No, no, no tengas miedo no me quedaré.
Solo quería pensar un momento en lo lindo que fue. 
No tengas miedo, solo quería saber de ti.

DIME QUE TE PARECIÓ ESTE PEQUEÑO POEMA LLENA DE MUCHO
SENTIMIENTO

La Carta que Jesús me hizo redactar!


En cierta ocasión estando al lado de Jesús, me dijo: Hermano, debes escribir esto para quien lo necesite. Y tomé dictado de esto que hoy te brindo...

“Hola hermano, ¿Me recuerdas? Soy yo, Jesucristo, aquel hijo de Dios que dio su vida por tu alma, pero más que eso, soy tu hermano, el que te brinda la luz del mundo, y te guía cuando te sientes en penumbra...”

“Sabes, desde donde me encuentro, te miro constantemente, siempre estás bajo mi velo y jamás te aparto de mi, aún cuando te empeñas en salir de mi rebaño, con todo mi infinito amor te recojo y te vuelvo a mi padre...”

“Hoy te he visto un tanto preocupado, sabes, conozco tu corazón, he visto en ti lo que te acongoja y que te tiene así, y hoy que estás en este estado de tranquilidad aparente, quisiera decirte algo, yo con mi infinito amor, y con la ternura que me deja el padre darte como mi amado hermano, te digo lo que he visto en ti y que quizás te tenga así...”

“He visto que te esfuerzas tanto por estar en mi gracia, que te has dejado cegar en varias ocasiones y entre tanto te desvías del camino que te he marcado...”

“Si, no me mires con esa cara de extrañeza, se que te parece has cumplido con todo lo que te he encomendado durante tu camino, pero recuerda que los excesos son malos para los seres humanos, pues su imperfección los lleva a desviarse con facilidad... recuerda... yo te dije ‘si alguien te pide andar un kilómetro, anda con él dos’ pero no por ello harás por ir con él hasta su destino, porque aquel que no deja seguir el camino de su prójimo, le hace mas daño por hacerlo dependiente, y mas vulnerable a las tentaciones del diablo.”

“Yo te dije ‘quién si su hijo le pide pan, le da una piedra’ Mas si no le darás una piedra, tampoco lo deleites con un banquete pues tu eres su hermano, y como tal está en ti protegerlo, no mimarlo, si tu le das todo, que será de él cuando tengas que alejarte, lo harás inútil y no sabrá él mismo como servir a su prójimo.”

“Yo te dije ‘aquel que crea en mi, déjelo todo y sígame’, pero no por eso se lo darás al primero que te salga al camino, recuerda yo te pongo en el camino a la gente que te necesita, pero Satanás que tiene libre potestad sobre lo terrenal, también te pone trampas, si tu le das todo a uno solo, no crees que lo haces peor, pues no se lo habrá sabido ganar, ayúdalo, bríndale lo que necesita mas no en derroche, pues si se sabe ayudar, yo mismo le daré los dones que se gane siete veces más.”

“Yo te dije, ‘el sano no requiere médico, sino el enfermo’ pero ningún médico va en busca del enfermo, el enfermo es quien en su libertad decide ir al médico, no busques tu a quien debes ayudar, ni te aferres a quienes no quieren cambiar, yo se bien quienes son los indicados para que solo tu los puedas ayudar, deja que yo te los envíe, no los busques.”

“¿Recuerdas como viví yo? Siempre valoré al ser humano, a mis hermanos, pero ante todo me supe valorar a mi, y no fue por vanidad que me puse ante el mundo como hijo de Dios, sino porque para poder darle valor a un prójimo, debo primero darme valor yo mismo”

“¿Cómo es posible? Imagina, tu eres un constructor salido de universidad, el día que tu hagas una casa, ¿De quien te sentirás mas halagado al darte un cumplido, de un albañil o de un constructor reconocido? Pues así es también para tu prójimo, ¿Cómo crees que valore él su vida más? ¿Diciéndoselo un hermano que se valora a si mismo, o que se pierde disminuyéndose a si mismo?”

“No mal interpretes mis palabras ‘los últimos serán los primeros’ Los últimos en entender, son los primeros en lamentarse, pero también los últimos en rendirse son los primeros en ver el fruto de sus logros, no te rindas, no claudiques pero no quieras comerte al mundo en 6 días... ¿Comprendes?”

“Importante sobre todo, en ese enunciado... ‘los últimos en los que piensas normalmente son los primeros en quienes debes de pensar’... Dime en tu afán por ayudar, ¿Quiénes son los últimos en quienes piensas ayudar? Así es, tu familia, te afanas tanto en salvar al mundo que olvidas que tu mundo comenzó por tu familia.”

“No olvides el mayor ejemplo que te di, dediqué 30 años de mi vida a la familia, y solo 3 años a salvar al mundo, no es casualidad; todo lo que viví fue enseñanza, esta en ti aprender, no quieras ver, si no mas bien dedícate a observar... esa es la respuesta.”

“Hermano mío, mi corazón está contigo y estaré todos los días de tu vida a tu lado, no creas que me olvido de ti, y se que lo que haces, lo haces pensando siempre que es en mi nombre... pero recuerda que la primordial enseñanza que te pude dejar fue:”

“Yo estoy contigo, mi corazón, mi conciencia, mi espíritu está en ti, busca la respuesta en tu corazón, ábrete a las soluciones que te dejo en el mundo, mi voz está en el aire, mis ejemplos en la naturaleza, mi consuelo en la brisa y en las nubes que te brindan cobijo del sol que te quema, no estás solo, yo te hablo cada día de tu vida, esta solo en ti querer escucharme...”

Sueño vívido con Jesús

DESPUÉS DE LEER ESTA HERMOSA CARTA, TE INVITO A COMPARTIRLO CON TU FAMILIA Y SERES QUERIDOS

La rosa de Pasión

Esta hermosa y triste leyenda está inspirada en una de las más bellas narraciones de Bécquer y relata los amores de una judía, Sara, y de un caballero cristiano, que tuvieron un final trágico. La historia transcurre, también, en Toledo, ciudad que durante muchos siglos tuvo una abundante población judía.
En una de las muchas callejas de la ciudad imperial vivía, míseramente, Daniel Leví. Aunque se decía que poseía una inmensa fortuna, su casa era paupérrima y, el día entero, lo pasaba trabajando en el portal de su casa arreglando objetos de metal, guarniciones, cinturones rotos, cadenillas...
Siempre estaba sonriendo y su trato con los demás era de servil y humilde, descubriéndose cuando, cerca de él, pasaba algún caballero importante o algún clérigo de la cercana catedral. La gente desconfiaba de su eterna sonrisa, y los muchachos del barrio le hacían burla e incluso le tiraban piedras, sin que jamás Daniel se defendiese. Trabajaba y trabajaba sobre su pequeño yunque, con esa sonrisa enigmática que ya formaba parte de su rostro, más como una mueca, que como un gesto de simpatía.
Sobre la puerta de la casa en la que trabajaba el judío, se abría un ajimez árabe en cuyo interior se veían azulejos de colores y, alrededor de las caladas franjas del ajimez, se enredaba una planta trepadora, llena de fuerza y una de las pocas muestras de vida que tenía aquel lugar. Allí se encontraban las habitaciones de Sara, la hija predilecta de Daniel. Era una jovencita de unos dieciséis años, hermosa como pocas, y algunos que la habían visto a través de las celosías del ajimez, se preguntaban cómo de un hombre tan feo y ruin como Daniel, había podido nacer una mujer con tales perfecciones. No salía nunca la muchacha y su rostro se velaba, a menudo, por la tristeza... un rostro de blancura sin igual, en el que sobresalían unos ojos negros fascinantes y unos labios rojos que parecían dibujados por los pinceles de un maestro.
Los judíos más ricos y poderosos de Toledo, la habían solicitado en matrimonio, pero Sara se mostraba insensible a los halagos y regalos de sus pretendientes. Su padre le aconsejaba que tomase marido antes de que él falleciera, pues no es bueno que una mujer se quede sola en el mundo y más cuando se es tan bonita, pero la hebrea no respondía y se encerraba en un mutismo total, lo que Daniel interpretaba como un fuerte deseo, por parte de la muchacha, de ser libre, de no atarse, todavía, al yugo del matrimonio. Pero un día, otro muchacho judío, cansado de los desplantes de Sara, se dirigió a Daniel para hablarle de los rumores y comentarios que se hacían en la comunidad sobre su hija.
Al parecer se decía que estaba enamorada de un caballero cristiano y él mismo les había sorprendido hablándose cuando Daniel, asistía, de forma clandestina, a las reuniones del sanedrín. Esta revelación no pareció afectar el ánimo de Daniel, que sin dejar de sonreír, le dijo al acusador que sabía bastante más que él. Sara, su hija adorada, la hermosa Sara, su honra y su gloria, el orgullo de su raza y de su tribu, no caería nunca en manos de un perro cristiano. Nadie se reiría de su condición de judío y de padre, y despidió a su interlocutor pidiéndole que reuniese a sus hermanos, cuanto antes, esa misma noche, que él acudiría a su lugar secreto de encuentro, dentro de un par de horas.
Daniel cerró la puerta de su casa y su negocio, pasando varios cerrojos y aldabas, lo que le impido oír cómo las celosías de la ventana caían de golpe. Sin duda, Sara había estado escuchando y su corazón de llenó de negros temores.
Era la noche de Viernes Santo, y los toledanos, después de asistir al Oficio de Tinieblas, se habían retirado a sus hogares. Algunos dormían ya, y otros, al lado de las chimeneas, contaban viejas historias sobre la ciudad o vidas ejemplares de santos. Toledo estaba sumida en el silencio, sólo, de vez en cuando, interrumpido por el ladrido de algún perro y las voces de los turnos de guardia del lejano alcázar. En una de las orillas del Tajo, se encontraba un barquero que parecía estar esperando a alguien. Una sombra bajaba, trabajosamente, hasta el río... parecía tener prisa y también cierto temor. Cuando el barquero la vio, se dio cuenta de que era la persona que esperaba.
Andaba rumiando el barquero que aquella noche era extraña. Había pasado a muchos judíos de un lado a otro del río, y se preguntaba a qué podía venir todo aquel trasiego. Creía que iban a reunirse en alguna parte, lo que a juicio de este hombre, no auguraba nada bueno. Pero, bien le pagaban y eso, a fin de cuentas, era lo que a él le interesaba. Subió la sombra a la barca, que soltó amarras, y una voz femenina le preguntó a cuántos judíos había pasado y si sabía qué tramaban. No, el barquero no sabía nada ni había oído ningún comentario que pudiera darle alguna pista, aunque, eran tantos los hebreos que usaron su barca, que no los había podido contar.
Calló Sara, pues no era otra aquella mujer, que arrostrando cualquier peligro quería conocer qué se urdía. Ya no le cupo duda de que todo aquellos se debía a una venganza preparada por su padre. Sentía una gran angustia, con la mente extraviada en pensamientos dolorosos... un sudor frío la invadió cuando llegaron a la otra orilla.
El barquero le indicó que el camino que seguían venía a converger en la Cabeza del Moro para desaparecer detrás de aquel picacho. Hacia allí se dirigió Sara, decidida pero temblando, en la oscuridad de la noche, con la sola fuerza que le daba su amor y el miedo de que la venganza se cebase en él.
Donde hoy se encuentra la ermita de la Virgen de Valle, y muy cerca de la Cabeza del Moro, existían las ruinas de una iglesia bizantina. Apenas quedaban algunos muros exteriores y restos de algunos arcos. La maleza y la hiedra se enredaban entre ellos.
Sara avanzó hasta emboscarse entre la vegetación que rodeaba el lugar y vio, con espanto, que sus peores temores se confirmaban. Allí donde antaño había existido el atrio de la derruida la iglesia, se encontraban muchos de sus hermanos de religión bajo las órdenes de su padre. La sempiterna sonrisa de Daniel se había borrado y, ahora, convertido en un hombre enérgico, cuyos ojos brillaban con una luz maléfica, dirigía la operación de levantar una enorme cruz. La luz de una fogata iluminaba la terrible escena y la herniosa hebrea supo, al instante, de lo que se trataba. Se iba a realizar una crucifixión y la víctima sería su amante.
No pudo contenerse, y se presentó en medio de aquella asamblea de verdugos, ante la sorpresa de todos ellos. Llena de dolor e indignación, les dijo que no esperasen al cristiano que aguardaban. Ella le había prevenido. Se sentía avergonzada por su sed de sangre y ya no sentía judía ni se consideraba hija de aquel monstruo.
Daniel no podía creer lo que oía. ¡Su propia hija le había traicionado! Ciego de ira, la arrastró por los cabellos hasta los pies de la cruz, mientras se la entregaba al resto de la asamblea para que hiciesen con ella lo que quisieran. Esta infame había deshonrado a su religión y a sus hermanos.
Al día siguiente, mientras las campanas de todas las iglesias tocaban a gloria, Daniel abrió, como siempre, la puerta de casa y sentó a trabajar en su yunque, sonriendo y saludando a los que pasaban. Nada parecía haber cambiado, pero las celosías del ajimez no volvieron abrirse. La hermosa Sara no apareció ya más recostada en aquella ventana.
Pasó el tiempo y unos años después, un pastor le llevó al arzobispo una flor desconocida hasta entonces, que parecía reproducir los atributos de la pasión de Cristo. La había encontrado mientras apacentaba a su rebaño entre los restos de la derruida iglesia, enredada entre los muros decrépitos.
Tratando de descubrir aquel misterio, se trasladaron al lugar y cavaron para encontrar el origen de la extraña planta. Y lo que apareció fue el cadáver de una mujer y junto a él, los elementos que mostraba la flor y que correspondían a la agonía del Crucificado. Nunca se supo a quién correspondía aquel cuerpo, pero, durante muchos años, reposó y se le veneró en la ermita de San Pedro el Verde. A la flor, que ahora es bastante común, se la llamó, y aún se la llama, Rosa de Pasión.

Leyenda del Árbol del Amor

Caminante, detén sóloun momento tu laberíntico deambular y sígueme; te guiaré hasta un frondoso árbol siempre verde llamado, según unos Aralia paperifer, de origen europero y según otros Simporicarpium, de origen asiático, pero al que nosotros llamaremos con el nombre que le ha dado la leyenda, de "Árbol del Amor". Es un árbol muy especial, perteneciente a una especie sumamente rara, tanto que se dice que no hay otro ejemplar en el continente americano ; eso explica la confusión de quienes han tratado de identificarlo con alguna especie conocida, y si algún día en país exótico te topares con uno, te preguntarás si también encierra una singular historia de amor, como la que me contara don Pepe Salas, el afable custodio del convento de San Agustín.

En pleno centro de la ciudad de Zacatecas, a espaldas del portal de Rosales y frente al ex convento de San Agustín, encontrarás una plazoleta arbolada que otrora fuera un minúsculo jardín. Es la actual plazuela de Miguel Azua. En este apacible rincón se daban cita feligreses, vendedores y aguadores, en cuya cotidiana calma provinciana la prisa no tenía lugar y sí la vida y el calor humano. Ahí, regado con el vital líquido que le sustentaba y con las lágrimas derramadas en silencio por tres seres marcados por un destino común, se encuentra el árbol que fue testigo de sus amores.

En el pasado, el templo de San Agustín daba vida espiritual a este bello rincón de ensueño, propicio al atardecer para los enamorados. El aroma de exquisito incienso emanado del templo, al igual que las plegarias de los fieles, creaban una mística sensación sedante de descanso para el cuerpo y tranquilidad para el espíritu.

Allá por 1850, un francés llamado Philipe Rondé, con admiración se extasiaba mirando la artística fachada del templo que, sentado en el jardín, dibujaba día a día. Este histórico dibujo es el único que se conserva del templo de San Agustín, que nos transmite un esbozo del pasado esplendor ornamental que poseyó, bárbaramente cercano a ciencia y paciencia de ignaro gobernante de principios de este siglo, en pleno porfiriato, ante la desesperación de un pueblo y sus dirigentes eclesiásticos. De nada sirvieron los amagos de excomunión frente a las amenazas de muerte dirigidas a presidiarios obligados a mutilar con cincel y marro la religiosa fachada.

Oralia, la hermosa jovencita de leyenda que dió origen al nombre con que popularmente se conoce al árbol, vivía en una de las señoriales casas que daban marco colonial al jardín. Con la lozanía de su edad, propicia para el primer amor, su cantarina risa contagiaba la alegría de vivir a todo lo que la rodeaba.

Era Juan un humilde pero risueño y noble barretero, que aun despierto soñaba encontrar la brillante veta de plata para ofrecérsela a Oralia, a quien amaba en silencio, mas al sentirla cerca la conciencia de su pobreza la alejaba como la más remota estrella.

Por las tardes, al salir de la mina, Juan se convertía en alegre y locuaz aguador, siempre acompañado del paciente burro al que recitaba sus improvisados versos de amor, caminando más de prisa con la dulce ilusión de contemplar a Oralia al entregarle el cristalino líquido, parte del cual era destinado de inmediato a regar las plantas del jardín y en especial el árbol que cuidaban con esmero.

La juvenil Oralia sentía a su vez nacer un entrañable cariño, más allá de la amistad, por el locuaz aguador que por su parte día a día se ganaba también la estimación de las familias.

Mas sin saberlo Juanillo tenía un rival, que tras la etiqueta de la cortesía y modales refinados, conquistaba cada vez mayor campo en el corazón de Oralia, quien experimentaba la ruborosa turbación de sus encontrados sentimientos, ante la presencia de Pierre, aquel francés que la colmaba de atenciones.

El destino había traído precisamente a su casa al francés al ocurrir la ocupación por las tropas invasoras en 1864, y por cortesía las familias dispensaban un trato deferente al extranjero, eximiéndolo de responsabilidad por los actos de un gobierno al que debía obediencia. El francés, siempre impecable en sus modales y pulcro en el vestir, les visitaba no tanto por corresponder a la amabilidad de la familia, sino con la secreta esperanza de impresionar a Oralia, de quien se había enamorado.

Con el permiso de los padres, solían sentarse bajo la sombra del árbol que Oralia regaba y cuiaba; entonces la joven dejaba volar su imaginación al escuchar la descripción que de su patria le hacia Pierre.

Juanillo sufría en silencio al contemplarlos juntos, incapaz de hacer nada para evitarlo, y al comprender la fatalidad de las barreras sociales que lo separaban de su amor, soñando siempre con encontrar la veta de plata que le ayudara a realizar sus sueños.

Trabajaba duro en minas abandonadas, soportando la fatiga; al final de la jornada, el agua de las minas limpiaba el polvo que cubría su piel, haciendo huir el cansancio, para dirigirse a con su fiel burrito a llenar sus botes del agua de la fuente y repartirla a las familias con quienes se había "amarchantado", cuidando de dejar al final la casa de Oralia para disponer de un poco más de tiempo en su compañía.

La simpatía del humilde enamorado hacía que Oralia lo esperara con impaciencia para que le ayudara a regar su árbol, como ya se había hecho costumbre. Al hacerlo, su regocijo se manifestaba en el lenguaje secreto de los enamorados; el árbol lo sabía y el susurro de sus hojas se confundía con el rumor de las risas de los jóvenes, mientras su follaje se inclinaba, en un intento de protegerlos de miradas indiscretas.

Dolía el corazón a Oralia cuando una tarde se encaminó hacia el templo. Postrada ante el altar, lloró en silencio al comparar dos mundos tan opuestos; su plegaria imploraba ayuda para tomar la decisión acertada en tan cruel dilema sentimental.

Al salir del templo y dirigirse a su casa sin haber logrado adoptar una resolución, se sentó en silencio bajo el árbol y el llanto volvió a sus ojos, su angustia provocaba la alteración del ritmo de los latidos de su corazón, cuando en su regazo cayó suavemente un racimo de cristalinas lágrimas que conmovido el árbol le ofrecía como amigo amoroso en su desconsuelo, y al contacto de sus tiernas manos, las lágrimas del árbol se convirtieron en un tupido racimo de blancas flores.

Oralia recuperó la paz junto a su árbol y encontró el valor suficiente para decidirse por su barretero, sin importarle su humilde condición.

Al día siguiente, el francés se presentó puntual en la casona y con semblante aduso informó de su próxima partida de la ciudad y del país. Otros vientos políticos flotaban en la nación y era urgente su traslado a Francia. Se llevaba el corazón destrozado por verse obligado a abandonar el afecto que había encontrado, y la despedida le resultaba aún más amarga al saber que jamás volvería a ver a Oralia, quien lo despidió junto al árbol, ahora ya tranquila al comprender que había tomado la decisión más correcta de su vida.

Mientras tanto, en la profundidad de la mina donde había cifrado sus esperanzas, Juan vislumbraba un tenue brillo, tan sutil y huidizo como la ilusión; una corazonada hizo intuir al gambusino la veta que buscaba, y con nuevos bríos continuó excavando con su barreta la dura roca que aún se resistía a entregar al imberbe joven su argentífera savia.

Al día siguiente, al llegar con el agua, Oralia lo notó más alegre y locuaz que de costumbre; no se pudo contener y al verlo tan feliz y sin pensarlo le estampó un impetuoso beso junto al Árbol del Amor que regaban ahora entre risas.

Juan ni de su rica veta de plata se acordó, y olvidó completamente el discurso que toda la noche había ensayado, al ver caer racimos de flores blancas del árbol, que así compartía la culminación de tan bello idilio en aquel tranquilo jardín, hoy plazuela de Miguel Auza frente al ex templo de San Agustín.

Desde entonces, las parejas de enamorados consideran de buena suerte refugiarse bajo las ramas del Árbol del Amor, para favorecer la perduración de su romance.

En mi corazón estas tú

Simples palabras que pueden llegar a describir o transportar a lugares asombrosos...
letras que forman por así decirlo POESÍA o simplemente VERSOS maravillosos...
En la mañana sale el sol
tan irradiante que ilumina todo nuestro ser
y por la noche el resplandor
de la tan amada luna,
bella confidente de nuestras noches solitarias....
Pero en mi corazón...
en mi corazón solo estas tú, dando vida a todo mi ser.

TE AMO

Son tiempos para sentirnos
cuando tu y yo estamos a solas
y el tiempo se pierde y simplemente no existe....
ni tampoco existe un final.....
Sólo nos miramos para besarnos y amarnos
si que el mundo se mueva
envidioso de nuestro placer

Amor Eterno

Este es el poema de un gran autor, de un gran poeta, quien es conocido en muchos rumbos y que con sus letras deleita considerablemente al lector, a los cuales transporta a un mundo de amor, a un mundo de AMOR ETERNO.
Podrá nublarse el sol eternamente; 
Podrá secarse en un instante el mar; 
Podrá romperse el eje de la tierra 
Como un débil cristal. 
¡todo sucederá! Podrá la muerte 
Cubrirme con su fúnebre crespón; 
Pero jamás en mí podrá apagarse 
La llama de tu amor.